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Ley moral
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LA LEY ANTIGUA
(cf. ST. I-II,
98-105)
La ley antigua abarca dos grandes periodos: la época “primitiva” y la época mosaica.
a.- LA ÉPOCA PRIMITIVA
o premosáica (desde la creación hasta la promulgación de la ley mosaica: el decálogo) contiene unos preceptos de carácter puramente positivos; es decir, que no son parte de la ley natural. Dios las dio a conocer a algunos a los cuales se manifestó, particularmente a los patriarcas. Estas leyes positivas son, por ejemplo, el "ofrecer ciertos sacrificios" (Gen. 4, 2-5), "la circuncisión" (idem. 17, l0 ss.), "la prohibición de comer carne no sangrada" (cf. idem. 9, 4), etc. Este estado de cosa tenía vigencia hasta la promulgación de la ley divina por Moisés.
Un dado esencial domina la época mosaica y, por lo tanto, el estudio de la ley antigua: el vínculo entre ésta ley y la alianza del Sinaí.
El nexo de la ley con la alianza explica porque en Israel no hay otra ley más que la de Moisés.
b.- LA ÉPOCA MOSAICA
En la historia de salvación, la ley mosaica tiene una función privilegiada:
“Antes de que llegaran los tiempos de la fe, la ley nos guardaba en espera de la fe que se iba a revelar. Para nosotros, ella fue la sirvienta que lleva al niño a su maestro: nos conducía a Cristo, para que al creer en él, fuéramos justos por medio de la fe” (Gal. 3, 23-24)
La autoridad de la ley no está en si misma, sino la encuentra en su autor: Dios (cf. Ex. 24, 3). La ley es signo y concretización de la alianza del pueblo con Dios. Por lo tanto, los padres tenían que instruir a sus hijos en la ley (cf. 13, 8-10) y los sacerdotes al pueblo (cf. Dt. 33,8-10; Lev. 10, 11).
Los principales códigos legislativos del AT, por orden de antigüedad, son:
·
código cultural (cf.
Ex. 34,10-26)
libro de la alianza (cf. 20, 22-23, 33)
·
código moral (cf.
20,l-l; Dt. 5,6-18)
código de la santidad (cf. Lev. 17-26),
· código sacerdotal (cf. Ex. 25-31; 36-40).
A parte de estos textos, los libros del Pentateuco contienen muchos otros preceptos particulares, como, por ejemplo:
· sobre la pascua (cf. 12,1-20); ley de la pureza (cf. Lev. 11-16)
· lugar de los sacrificios (cf. Ex. 20, 24-26; Dt. 12,1-18; Lev. 17, 1-9),
· el carácter sagrado de los primogénitos (cf. Ex. 34, 19; 22, 29; 13, 11-12; Dt. 15, 19-13; Núm. 18, 17s; Lev. 27, 26),
· prohibición de la usura (cf. Ex. 22, 24-25)
· prohibición de comer carne no sangrada (cf. 22, 30; Dt. 14, 21; Lev. 11, 40; 17, 15).
La ley insiste mucho en cortar toda relación del pueblo de Dios con los demás pueblos, los gentiles. Esta insistencia muestra, que no se cumplió la ley y que, por uno u otro camino, las costumbres de los pueblos paganos se introducían en Israel.
La familia de Abrahán, de Ur de Caldea, había vivido según el culto de sus antepasados ("servían a otros dioses" : Jos. 24,2). Abrahán era un patriarca poderoso, pero ciertamente no todos sus sirvientes tuvieran la misma fe de él.
Cuando Jacob volvió a Canaán, subió a Betel para cumplir el voto hecho a Yahvé, mandó a su gente a arrojar los "dioses extraños" que entre ellos había (cf. Gen. 35,1-4).
Entre los israelitas salidos de Egipto hubo también extraños a la raza de Jacob (cf. Ex. 12,38). De aquí sigue que Israel, semita y originario de Caldea, viviendo primeramente
Canaán, luego en Egipto, después en el desierto y más tarde otra vez en Canaán, en contacto con las costumbres de otros pueblos, ha sido influenciado por los mismos en sus costumbres civiles, religiosas, etc.
Pero la historia (y la legislación) de Israel no se explica sin la intervención de Dios, Cuando Moisés se presentó al pueblo en Egipto, los israelitas ya eran depositarios de verdades e instituciones que habían recibido de Abrahán, Isaac y Jacob (cf. 6,1-9). La velación de Dios, por medio de Moisés, completó las anteriores.
Frente al monte de Dios (cf. 3,1; 19,2), en una teofanía (cf. 19, 3-19), se realizó la promulgación del decálogo por Dios (cf. 20, 1-17) al que sigue una multitud de otras leyes (cf. 20,18-23,33), pues la Torah reglamenta la vida del pueblo elegido en todos sus esferas, redactada por escrito y aceptado por el pueblo, recibe una sanción definitiva en el solemne acto celebrado entre Israel y Yahvé. La ceremonia de la alianza, por medio de la cual Dios instituye a Israel en su pueblo particular, encierra el compromiso de observar la ley divina (cf. 19, 7-8, 24, 7; Jos. 24, 21-24), de obedecer a su voz; caso contrario sobre el pueblo caerán las maldiciones divinas (cf. Ex. 23,21; Lev. 26, 14-43; Dt. 28,15-68).
Dios respeta la libertad humana, adapta su revelación al nivel moral y cultural, al grado de desarrollo del hombre. La ley antigua se presentaba ante todo como una ley externa la cual prescribía y prohibía comportamientos bien precisos y hacía generar el amor (cf. Ex. 20,19-20).
A lado del aspecto externo, coercitivo de la ley, hay pero también otro aspecto interior y espiritual. Es el llamado a la conversión del corazón, al amor de Dios independiente del temor.
Aunque Moisés es el mediador de la alianza, este hecho no impide un desarrollo de la "Torah" en el tiempo. Repetidas veces fue adaptado o completado en puntos de detalles, según las necesidades del tiempo. El decálogo (cf. 20, 1-17) y el código de la alianza (cf. 20, 22-23. 33) son ampliados en el Deuteronomio (cf. Dt. 5,2-21; 12-28). De modo especial, el Deuteronomio pone el acento en el amor a Yahvé, como primer mandamiento, al cual se reducen todas las demás leyes (cf. 6,4-7).
Después de Esdras, la "Torah" se sitúa definitivamente en el centro de la vida de la "comunidad de Israel". Cuando Antíoco Epífanes intentó cambiar la ley y los tiempos sagrados (cf. Dan. 7,25 ; 36 ; 1 Mac. 1,41-51), el amor a la "Torah" produce mártires (cf. 1,57-63; 2,29-38; 2 Mac.6,18-28; 7, 2ss).
La adhesión a la ley constituyó la grandeza del judaísmo, pero contenía también peligros:
El culto a la ley, transformado en legalismo meticuloso, cargó a los hombres con un yugo imposible de llevar (cf. Mt. 23,2-4; He. 15,10). Un segundo peligro está en que el hombre buscó su justificación ante Dios en la obediencia a la ley y en la práctica de la buenas obrar y no en la divina gracia, como si el hombre fuera capaz de justificarse por si mismo.
Según su contenido y fin, la ley mosaica se divide en:
LEY CEREMONIAL (o cultural)
LAS LEY MORALES
(cf. ST I-II, 99 –
100) se encuentran todas
en el decálogo (cf Ex. 20, 2-17;Dt. 1-21). Ellos son "palabras de vida",
expresión de la voluntad de Dios y en su observancia está la vida: "Guardaréis
mis leyes y mis mandamientos, el que los cumpla, por ellos vivirá"
(Lev. 18, 5 ;cf. Dt. 32, 47).
Las leyes morales, de hecho, corresponden a las prescripciones de la ley natural, excepto dos de ellos: las prescripciones en relación a las imágenes y esculturas (2o) y la ley 1 sábado (3 o).
Excluyendo estos dos mandamientos, la observancia de las normas del decálogo es obligatorio para todos. Cristo mismo no las puede abrogar porque son normas universales; él las eleva a su verdadera dignidad (cf. Mt. 5, 17ss; Rom. 3, 31; 10, 4; 13, 8-10)
No obstante de que el tercer mandamiento: "santificar un día determinado para ir culto a Dios" no es parte de la ley natural, el hombre, por un deber suyo natural, debe ir gracias y alabar a Dios.
Aunque, de hecho, los mandamientos morales corresponden a las prescripciones de ley natural, sin embargo, el contexto de la codificación bíblica traza una clara diferencia entre ellos y la pura ley natural conocida por la luz de la razón: la formulación de la ley moral mosaica es obra de una intervención y revelación especial de Dios.
LAS LEYES CEREMONIALES (cf. ST I- II, 101 – 103) (o prescripciones culturales) son las normas establecidas para el culto divino. El culto es la expresión sensible de la vida religiosa celebrada en forma social y se realiza en ritos y gestos sagrados que manifiestan la pertenencia del hombre a Dios.
En el culto el hombre reconoce la soberanía de Dios y se da cuenta de que depende de Él. El rito que exterioriza ésta actitud interior es el sacrificio, acto reservado exclusivamente a Dios; por tal motivo debe ser cuidadosamente distinguido de todo acto profano. El lugar reservado para el sacrificio es el altar, el templo. Los ministros que se desempeñan la función del sacrificio (sacerdotes) participan del carácter sagrado del culto
A lado del aspecto externo, coercitivo de la ley, hay pero también otro aspecto interior y espiritual. Es el llamado a la conversión del corazón, al amor de Dios independiente del temor.
Aunque Moisés es el mediador de la alianza, este hecho no impide un desarrollo de la "Torah" en el tiempo. Repetidas veces fue adaptado o completado en puntos de detalles, según las necesidades del tiempo. El decálogo (cf. 20, 1-17) y el código de la alianza (cf. 20, 22-23. 33) son ampliados en el Deuteronomio (cf. Dt. 5,2-21; 12-28). De modo especial, el Deuteronomio pone el acento en el amor a Yahvé, como primer mandamiento, al cual se reducen todas las demás leyes (cf. 6,4-7).
Después de Esdras, la "Torah" se sitúa definitivamente en el centro de la vida de la "comunidad de Israel”. Cuando Antíoco Epífanes intentó cambiar la ley y los tiempos sagrados (cf. Dan. 7, 25; 36; 1 Mac. 1,41-51), el amor a la "Torah" produce mártires (cf. 1,57-63; 2, 29-38; 2 Mac.6, 18-28; 7, 2ss).
La adhesión a la ley constituyó la grandeza del judaísmo, pero contenía también peligros: y son personas sagradas. A la ofrenda del hombre, corresponde la respuesta benévola de Dios.
Todas las leyes ceremoniales han sido abrogadas por Cristo (cf. Gal. 5, 1-5; 12, 3-5; 3,24-29; 4,9-10). '
LAS LEYES JURÍDICAS (cf. ST I-II, 104 – 105) (cf. Ex. 21-23) están íntimamente ligadas a las leyes precedentes en cuanto las exigencias morales y religiosas de la ley deben encargarse en instituciones políticos. Además regulan las relaciones sociales y separan el pueblo escogido de los pueblos paganos. Como las prescripciones ceremoniales, también las normas jurídicas cesaron con la venida de Cristo.
La ley antigua era un gran honor para los hijos de Israel porque a través de ellos "se había dado al mundo la luz incorruptible de la ley" (Sab. 18, 4c), escogidos entre todos los pueblos (cf. Dt. 4, 5-8; Sal. 147, 19-20; Rom. 9, 4). Sólo, la ley era incompleta y su observancia era causada por el temor.
Sin embargo, el temor no era el único motivo de la observancia de la ley, ya que, ella exigía expresamente: "Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu poder y llevarás muy dentro del corazón todos estos mandamientos que yo hoy te doy" (Dt. 6, 5-6). Junto al amor a Dios, están las exigencias de ser santo como Dios es santo, de circuncidar el prepucio del corazón, de amar a los extranjeros,....
La ley mosaica se puede definir en términos tomásicos así:
LA LEY MOSAICA SON LAS PRESCRIPCIONES IMPERATIVAS, QUE PROCEDEN DE LA LIBRE E INMEDIATA DETERMINACIÓN DE DIOS, COMUNICADAS Y PROMULGADAS AL PUEBLO ELEGIDO EN NOMBRE DE DIOS POR MEDIO DE MOISÉS EN ORDEN AL FIN SOBRENATURAL.
La fuerza obligatoria de la ley descansa, como norma del derecho natural, sobre el fundamento de la naturaleza racional del hombre que puede conocerla por la sola razón; como norma revelada, sobre la revelación de la alianza. Su formulación es de forma negativa (no...), la cual facilita su comprensión. Pero no es la simple observancia en el cumplimiento de los preceptos que hace al israelita merecedor de la alianza, sino la divina elección.
“Llegada la plenitud de los tiempos, dios envió a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley" (Gal. 4,4)
Jesús concebido por obra y gracia del Espíritu Santo (cf. Le. 1, 35), nació bajo la ley: le circuncidado a los ocho días, según la ley (cf. 2, 21; Gen. 17, 12), presentado en el templo y rescatado como primogénito, según la ley (cf. Le. 2, 22-24; Ex. 13, 1-2. 13-16) y cuando cumplió los doce años acompañaba a sus padres a Jerusalén (cf. Le. 2, 41) donde, según la ley, los israelitas tenían que presentarse tres veces al año ante el Señor: en las festividades de Pascua (fiesta de ázimo), de Pentecostés (fiesta de la siega) y en tabernáculos (fiesta de las tres tiendas: recolección de los frutos en otoño), para dar gracias Dios por los beneficios recibidos...(cf. Ex. 23, 14-17; 34, 18-23; Dt. 16, 1-16; Lv. 23, 15-i).
Jesús aprueba la ley: en el reino de Dios no debe abolirse la ley, sino cumplirse hasta la última jota (cf. Mt. 5,17-19): él mismo la observa (cf. 8,4; Lev. 14,1-32), pero la declara imperfecta. “A causa de la dureza de los corazones " (Mt. 19, 8). La corrige "habéis oído lo que se dijo a los antiguos... pero yo os digo " (cf. 5, 21-22. 27-28. 31-32. 3-34. 38-39. 43-44); reprueba la interpretaciones de los doctores de Israel (cf. ley del sábado; por ejemplo: cf. Mt. 12, 1-8), establece normas nuevas invirtiendo, por ejemplo, las normas del código de pureza (cf. Mt. 15, 10-20), resume la ley y los profetas en el recepto del amor a Dios y al prójimo (cf. Mt. 22, 34-40).
Acogiendo la Buena Noticia, los judíos convertidos, abrazaron el Evangelio, pero dejaron la devoción por la ley, a tal punto, que Santiago dijo a San Pablo: "ya ves, hermano, cuantos millares de creyentes hay entre los judíos, y que todos son celosos partidarios de la le " (He. 21, 20)
Mientras el Evangelio quedó en el ambiente judío, no había problemas respecto a la observancia de la ley. Pero cuando los gentiles incircuncisos abrazaron la fe, sin pasar por el judaísmo, los celadores de la ley alzaron la voz, exigiendo de aquellos convertidos la circuncisión y la observancia de la ley.
Ante la evidencia de una intervención divina (cf. He. 11, 4-18), la opinión de los celadores de la ley cedió (cf. 11,2s. 18), pero una conversión en masa de los griegos en Antioquia (cf. 11, 20-21) volvió inflamar la querella. Las observadores de la ley quisieron obligar a los convertidos a la observancia de la "Torah" (cf. 15,1-15).
Contra éstas exigencia, Pablo levantó su voz, afirmando la libertad de los gentiles convertidos por lo que se relaciona con las práctica judías (cf. Gal. 2, 14-21), y la asamblea e Jerusalén le dio la razón declarando a los gentiles convertidos al Evangelio libres de la observancia de la ley (cf. He. 15, 23-29). No es por la circuncisión, ni por la ley que se alcanzarla salvación, sino por la gracia de Cristo.
Pablo, apóstol y antiguo fariseo,
buscó la justicia mediante la observancia de la ley. Pero la ley no se lo había
dado y era incapaz de dársela. Ella es santa y espiritual (cf. Rom. 7, 12. 14; 1
Tim. 1, 8), fue dada a los hombres por intermedios de los ángeles (señal ya de
su inferioridad: cf.
Gal.
3, 19), pero por si misma es
impotente para salvar al hombre. En lugar de liberar a los hombres del mal, los
condena (cf. 3, 10-14).
Nada es la circuncisión, nada es el prepucio: lo que vale es la observancia de
los mandamientos resumidos en la caridad (cf. 5, 14-25) que es el vínculo de la
perfección (cf. Col. 3, 14). La caridad no es fruto de la ley; ella es infundida
por el Espíritu Santo (cf
Gal.
3, 1-5). Cristo, liberando al
hombre del pecado (cf. Rom. 6, 1-19), lo libera también de la tutela de la ley (cf.
7, 1-6).
Sin embargo, las prescripciones morales de la ley mosaica, en cuanto a su contenido, conservan toda su validez en la Nueva Alianza.